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Inmigrantes abrazan a Venezuela como un lugar para radicarse

La República Bolivariana de Venezuela tiene en la actualidad un pueblo totalmente desorientado a nivel de sus arraigos territoriales. Es un país que tiene grandes cantidades de integrantes de la clase media que se dirigen hacia las salidas, en estos últimos años se han establecido en Venezuela centenares de miles de comerciantes y trabajadores extranjeros. Este país se halla sumido en una confusión migratoria.  La afluencia tal vez resulte sorprendente.  En este continente en expansión, Venezuela, país rico en petróleo, es la única economía sudamericana que se contrae este año.  Los funcionarios racionan la moneda fuerte.  Se incrementan las nacionalizaciones de empresas privadas. Un destacado analista financiero utilizaba hace poco tres palabras para aconsejar a los inversores:  “Salgan de acá”.  Pero en el bazar del centro viejo de la ciudad, los vendedores hablan en árabe, urdú e hindi. Haitianos empujando carros de helados charlan en creole.  Los vendedores ambulantes que venden DVD gritan en un español con acento colombiano.  Bebiendo café en la tienda de ropa de Naji Hammoud, el panorama es optimista.  “Hay dinero en la calle, más allá de que el precio del petróleo esté en 8 o en 80 dólares el barril”, dijo Hammoud, de 36 años, que vino aquí desde Líbano hace una década.  Yo podría haberme ido a Europa, a Alemania, a algún lugar, y me habría ido bien, pero ahora sería el empleado de alguien.  Aquí, soy mi propio jefe”.  Estas mareas opuestas reflejan la naturaleza cada vez más polarizada del país.  El gobierno del Presidente Hugo Chávez, quien recientemente declaró una “guerra económica” contra la “burguesía”, expropió 207 empresas privadas este año, llevando a muchos a buscar puertos más seguros en otra parte. “Siento que por fin puedo volver a respirar”, dijo Ivor Heyer, de 48 años, dueño de una empresa fabricante de barcos, que recientemente trasladó toda su explotación a Colombia, creando allí más de 100 empleos.  “Me fui de un país donde hay un miedo constante a la delincuencia y las privatizaciones a un lugar que da realmente la bienvenida a empresas que no son petroleras”. Muchos inmigrantes continúan llegando con visas de turista y se quedan más tiempo, atraídos por ingresos que siguen siendo más altos que los de algunos de los vecinos de Venezuela y por una amplia gama de programas de bienestar social para los pobres.  “Aquí se puede vivir con un poco  de dignidad, al menos el suficiente como para volver a mandar plata a casa de vez en cuando”, dijo Etienne  Dieu-Seul, de 35 años, un vendedor callejero haitiano, que se trasladó aquí un mes antes del devastador terremoto en Haití. “En Venezuela hay trabajo para el que busca”, dijo Arturo Vargas, de 39 años, obrero colombiano que se mudó a Caracas el año pasado y encontró trabajo como guardia de seguridad en una planta de procesamiento de pollos. “Este lugar no es perfecto, pero es mejor que lo que dejé atrás”. La afluencia es impulsada en parte por la larga tradición venezolana de políticas de inmigración laxas –que se remontan por lo menos a los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial– y por la importancia del petróleo.  Aún en tiempos de precios petroleros fluctuantes y de zozobra institucional, los ingresos por las
exportaciones de petróleo proveen a Venezuela de un amortiguador contra las dolorosas crisis que han sacudido a sus vecinos en el pasado. El dinero del petróleo también permite un amplio surtido de importaciones, lo cual genera una gran sociedad de consumo y oportunidades para vender cosas. Más de 50 mil chinos se instalaron en el país, trabajando en gran medida como comerciantes.  Miles de mercaderes y sus familias provenientes de Líbano, Siria y Jordania también llegaron en los últimos años ampliando una tradición que tiene más de un siglo. La comunidad de Oriente Medio es aquí lo suficientemente numerosa como para sostener una de las mezquitas más grandes de Sudamérica, justo enfrente de una extensa misión de los cristianos maronitas libaneses.  Si bien para los inmigrantes las razones económicas son fundamentales, la ideología también ha contribuido a atraer inmigrantes.  Hay gente de Oriente Medio que siente afinidad con las políticas beligerantes de Venezuela hacia Israel.  Esas mismas políticas, sumadas a los temores de violencia y cambios económicos, incidieron en las decisiones de emigrar.  Como en el caso de los inmigrantes que llegan a Venezuela, no hay cifras precisas sobre los emigrantes pero Iván de la Vega, un sociólogo local, calcula que son centenares de miles. En un giro imprevisto, muchos de los emigrantes son hijos o nietos de inmigrantes que llegaron a Venezuela durante su largo boom en la posguerra.  España y Portugal, que otorgan la ciudadanía a los descendientes de inmigrantes, han absorbido a numerosos venezolanos. Vecinos como Panamá y Colombia, que intentan atraer a propietarios de empresas venezolanos, reciben a otros. “No fue una decisión fácil pero era necesaria”, dijo Esther Bermúdez, que se trasladó a Montreal. Es dueña de Mequieroir.com, un sitio de Internet que ofrece servicios para los venezolanos que proyectan emigrar, y dice que las visitas al sitio aumentaron casi un 50 por ciento este año, hasta un promedio de 80 mil por día. Los recién llegados no son inmunes a los problemas de Venezuela y afrontan dificultades como las restricciones para enviar dinero al exterior y una delincuencia galopante. Delincuentes cerca de Caracas mataron a un trabajador chino en septiembre rociándolo con nafta y quemándolo vivo, según informes de la prensa local. En octubre, en casos independientes, secuestradores raptaron a dos mujeres chinas –una de 19 y otra de 38– el mismo día. (Según el Departamento de Estado estadounidense, Venezuela tiene una de las cinco tasas de homicidios per cápita más altas del mundo). De todos modos, eso no ha frenado  los arribos nuevos. “Este lugar  es una locura, no para familias pero está bien para un tipo solo como yo”, dijo Subash Chand, de 25 años, que se mudó hace un año desde el estado de Haryana, en el norte de India, para atender un negocio en el centro de Caracas. “Aquí hay peligro y excitación todos los días”, dijo Chand. “En la mezcla hay dinero”, agregó.
Fuente: The New York Times



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