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Brasil sale a competir con China e India

Una de las iniciativas más exitosas después del terremoto en Haití es la expansión de Lèt Agogo (mucha leche, en créole), una cooperativa lechera, convirtiéndola en un proyecto que alienta a las madres a llevar a los niños a la escuela a cambio de comidas gratuitas. Está basada en Bolsa Familia, un servicio de bienestar brasileño y financiado con fondos del Estado brasileño. En Malí hay un gran aumento de los rendimientos del algodón en una granja experimental administrada por Embrapa, un grupo de investigaciones brasileño. Odebrecht, una firma constructora brasileña, está construyendo gran parte del sistema de agua de Angola y es una de las mayores contratistas en África. Sin atraer mucho la atención, Brasil se está convirtiendo rápidamente en uno de los mayores proveedores de ayuda a países pobres. Las cifras oficiales no lo reflejan. La Agencia Brasileña de Cooperación (ABC) que dirige la "ayuda técnica" (proyectos de asesoría y científicos) tiene un presupuesto de tan solo U$S 30 millones este año. Pero estudios del Overseas Development Institute de Gran Bretaña y el International Development Research Centre de Canadá estiman que otras instituciones brasileñas gastan quince veces más que el presupuesto de ABC, con sus propios programas de ayuda técnica. El aporte del país al Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) es de US$ 20/25 millones al año, pero el verdadero valor de los bienes y servicios que provee, considera el jefe del PNUD en Brasil, es de 100 millones de dólares. Si se agregan los US$ 300 millones que Brasil da en especies al Programa Mundial de Alimentos, un compromiso de US$ 350 millones para Haití, los diversos aportes para Gaza y los US$ 3.300 millones en créditos comerciales que firmas brasileñas han otorgado a países pobres desde 2008 a través del banco estatal de desarrollo (el Bndes, similares a los créditos con respaldo estatal de China) y el valor de la ayuda para el desarrollo de Brasil, definido en sentido laxo, podría alcanzarse los 4.000 millones de dólares al año. Eso es menos que China, pero similar a donantes generosos como Suecia y Canadá y a diferencia de los de estos países, los aportes de Brasil están creciendo mucho. El gasto de ABC se triplicó desde 2008. Este esfuerzo de ayuda tiene amplias implicancias. Dar mucha ayuda a África le facilita a Brasil competir con China e India por influencia de poder blando en el mundo en desarrollo. También le asegura apoyo para la búsqueda del país de un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU. Lo que es más, la ayuda tiene sentido desde el punto de vista comercial. Por ejemplo, Brasil es el productor de etanol más eficiente del mundo y quiere crear un mercado global para el combustible verde. Pero no puede hacerlo si es el único verdadero proveedor mundial. Extender la tecnología del etanol a países pobres generando nuevos proveedores aumenta las probabilidades de crear un mercado global y abre mercados para las firmas brasileñas. El esfuerzo también importa para la ayuda mundial y no sólo porque contribuye a compensar la baja de la ayuda de donantes tradicionales. Al igual que China, Brasil no impone condiciones al estilo occidental a los receptores. Pero en general los donantes occidentales están menos preocupados por la ayuda brasileña que la de China, que creen que promueve gobiernos corruptos y malas políticas. La ayuda brasileña está más concentrada en programas sociales y agricultura. La ayuda china financia caminos, ferrocarriles y puertos a cambio del acceso a materias primas (aunque firmas brasileñas también se dedican a quedarse con commodities de países del Tercer Mundo). Marco Farani, jefe de ABC, sostiene que hay una manera específicamente brasileña de dar ayuda, basada en programas sociales que han acompañado su éxito económico de los últimos tiempos. Brasil tiene una ventaja comparativa, dice, al proveer tratamientos para el VIH/SIDA a los pobres y con los planes de entrega de dinero como Bolsa Familia. Sus investigaciones sobre agricultura tropical se encuentran entre las mejores del mundo. Pero Brasil también sigue recibiendo ayuda, así que, para bien o para mal, su programa de ayuda erosiona la divisoria entre donantes y recipientes, debilitando el viejo sistema de ayuda dictada por los donantes de arriba hacia abajo. Si los mercados emergentes se volvieran más influyentes, Brasil -estable, democrático y en paz con sus vecinos- se verá más atractivo y tratable que China o Rusia. Pero si se juzga por la ayuda, mucho tendrá que cambiar antes de que Brasil ocupe el lugar en el mundo al que aspira su presidente, Luiz Inacio Lula da Silva. El país sigue teniendo grandes bolsones de pobreza del Tercer Mundo y enviar dinero al extranjero podría resultar polémico.

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